La autoría del fan en la era 3.0

Me van a permitir que comience el 2017 retomando por enésima vez este blog y prometiéndole como propósito de año nuevo a esta bitácora no dejarla caer en el olvido. En el último año comencé mi aventura radiofónica en Sevilla Futbol Club Radio, donde acabé creando junto a mis compañeros Miguel Ángel Vázquez y Roberto Deglané nuestro propio programa de radio: Cinema Paradictos. Ha sido esta la razón y el cambio de hábitos en el consumo de crítica cinematográfica -a lo que he de sumarle la pereza, a quién quiero engañar- lo que me llevó a dejar aparcado este pequeño espacio de la palabra escrita en pos de la hablada.

Pero hay ciertos temas que se hacen demasiado extensos para resumirlos en tan solo 140 caracteres o para comentarlos ante un micrófono sin que se te escapen los oyentes. Y desde que el pasado mes de diciembre escuché el podcast de Todopoderosos sobre Star Wars no me quedó más remedio que detenerme en la calle y anotar el momento exacto en el que Rodrigo Cortés, director de Buried (Enterrado) y Luces Rojas, tomó la palabra y expresó su opinión sobre las famosas y polémicas precuelas de George Lucas. Palabras que suscribo al 100% y que me servirán para retomar un debate junto a los lectores que hayan tenido el valor de leerlas hasta el final:

"El Episodio VII - El Despertar de la Fuerza es una película que seguramente empezaremos a valorar, en uno o en otro sentido, dentro de cinco de años. Porque aún no tenemos ni idea de qué hemos visto. Porque una película con una carga como esta de expectativas al final no se valora en virtud de lo que la propia película es, sino de lo que esperamos de ella. De lo que querríamos de ella, de si satisface o no esas expectativas. Y en ese sentido viví de forma muy clara que, en términos generales, que satisfacía las de todos los espectadores que reaccionaban como un solo hombre a la vez. Y de alguna manera encontré eso parcialmente frustrante.

Me sucede por ejemplo con las tres películas de las que hemos hablado [las precuelas] que con todas sus imperfecciones muestran un intento muy valiente por seguir explorando un determinado mundo y darle al espectador algo más de lo que desea. Lo que el autor cree que necesita, al margen de que acierte o no. Y muchas veces me encuentro con que muchas de mis películas favoritas son muy imperfectas, que no son redondas ni falta que les hace.

Y lo que sí que creí percibir al ver esta película [El despertar de la fuerza] es que de alguna manera había sido muy fríamente diseñada para satisfacer a un montón de fans que llevaban décadas protestando. De alguna manera esta misma gente, que de alguna otra le arrebataba la paternidad a Lucas sobre su propia obra, sentía que recuperaba el control. Y de algún modo tenía la impresión de que se había escrito la película al dictado de fans y blogueros, como si todo aquello que les enfadara hubiera sido -de forma muy consciente- proscrito y se hubieran explorado esas vías que los fans sugerían. Y de ahí esa naturaleza retro: me gustaban las naves del principio, tú me has seguido mostrando planetas, me has seguido mostrando determinadas tecnologías, pero yo no quiero esos planetas, no quiero esas tecnologías, por favor vuelve al primer planeta. Y que Jar Jar Abrams les dijera 'sí, sí, eso es lo que voy a hacer, seguid diciendo' y que él estuviera con una libreta anotando.

Y la película creo que está muy bien rodada, es casi un alivio ver cómo recupera los 35mm, huyendo de nuevo del digital y cómo eso vuelve a coger verdadero peso, cómo eso está iluminado en términos atmosféricos mucho más poderosos; y a la vez tengo la sensación que J.J. trata de hacer más de Spielberg que de Lucas narrativamente, sin llegar por supuesto a esa maestría, pero es que a esa maestría no llega absolutamente nadie. Y que la película a veces, en términos estrictamente narrativos, está como muy cerrada sobre sí misma, es como que hay primeros planos, planos medios, las cosas funcionan muy bien en esos términos pero no tiene ese cuerpo y esa distancia que tiene el resto de la saga.

Así que mi reacción fue agridulce, no tengo verdaderos peros que poner a la película porque la película es objetivamente estupenda en muchos aspectos pero a la vez sentía esa pequeña frustración -no diré decepción- de no sentirme desafiado. De no sentir que nadie fuera en mi contra. De no sentir que se me desobedecía y que alguien marcaba un camino para que yo lo siguiera. Porque tengo la impresión de que un autor debe marcar el camino, no el lector y no el espectador. Es el autor el que abre nuevos caminos y por eso es el autor, por eso es el escritor o por eso es el director. Porque el espectador tiene otra función."

Personalmente poco puedo añadir más a lo que ya ha definido perfectamente Rodrigo Cortés. Particularmente soy defensor de las precuelas y de la labor de George Lucas como director porque sí considero que al menos Lucas era alguien que arriesgaba. Un director que a pesar de tener sus carencias -yo sigo pensando que las escenas de acción de las tres películas están perfectamente ejecutadas y diseñadas- era alguien que expandía la experiencia cinematográfica y no se limitaba meramente a reproducirla, como hizo Abrams. Lo que en el lenguaje de la calle vendría a definirse como "más de lo mismo".

Otro tanto de lo mismo viene a pasar con la última entrega, Rogue One, que a pesar de introducirse en algunos planetas nuevos el verdadero plato fuerte del menú siguen siendo las llamadas a la nostalgia y a lo visto anteriormente, ya sea el Gobernador Tarkin, el delincuente al que Luke le corta el brazo en la cantina del Episodio IV y su compañero, Darth Vader o una nueva y digitalizada Princesa Leia.

(Apunte para futuro post: la polémica que está surgiendo sobre legislar o no la posible utilización de la imagen de actores fallecidos para películas que o bien no pudieron completar -como el caso de Paul Walker y Fast 7 o Oliver Reed en Gladiator- o por las que no firmaron, como Peter Cushing.)

Y es que este reciente problema de la autoría que destacaba Cortés ya podemos empezar a verlo en futuras entregas que aún nos tienen que llegar, como Alien: Covenant. Cuando la saga se reinició en 2012 -la película más polémica de aquel año, sin duda, otra que me parto la camisa por defenderla- se habló de trilogía nueva y, aunque claramente estaba ligada al universo Alien, Scott afirmó una y otra que se apartaría de ella. Y como el experimento les salió mal, poco hemos tardado en comprobar por la red (dónde si no) que el primer material no solo incluye al famoso xenomorfo, sino que su propio nombre bautiza la nueva entrega. No vaya a ser que volvamos a enfadar a los fans como hizo Damon Lindelof hace cinco años, la única persona que salió verdaderamente herida de aquel proyecto. Por arriesgar.

Y por ir cerrando con un último ejemplo, la nueva adaptación de Disney de su oscarizado clásico La Bella y la Bestia parece que será una mera traslación de aquellos dibujos a efectos especiales fotorealistas. Los mismos personajes. Las mismas canciones. La misma nostalgia. No solo servirá para acercar a nuevas generaciones a esta historia que muchos seguramente no conocerán, sino para atraer en masa llamados por la nostalgia de los que vivimos aquel estreno de 1991. La jugada es perfecta, puesto que los adolescentes que consumen cine iban a ir a verla sí o sí, el problema son aquellos espectadores por los que ya han pasado 26 años, que seguramente ya sean padres, tengan otras responsabilidades y dispongan de mucho menos tiempo. Pero esto ataca a lo profundo, ataca al corazón. ¿Pero a qué precio? A que en estos nuevos productos no hay riesgo ninguno, no vaya a ser que desatemos la ira del fan en las redes sociales porque no se corresponda con lo mismo que ellos vivenciaron veinte años atrás. No vaya a ser que lo situemos en espacios incómodos donde no vean reproducido de nuevo aquel disfrute o gozo en el que participaron décadas atrás. Una lástima que ya no se nos lleve por caminos nuevos.

Mis otros 50 motivos para odiar el cine

No sé si sabréis que una de las amistades más fuertes que he llegado a hacer por Internet fue a raíz de un post que leí un día y que se titulaba "50 motivos para amar el cine". El autor se llamaba Daniel Lorenzo y su post me gustó tanto que le eché morro al asunto, no me corté un pelo en decirle por Twitter que le había plagiado descaradamente y le seguí porque me parecía simpático lo que decía y tenía cierto sentido del humor. Lo titulé "Mis otros 50 motivos para amar el cine".

Dos años después, Dani y yo hemos entablado una amistad sincera que, a pesar de no habernos desvirtualizado nunca, parece como si nos conociéramos de toda la vida. En este tiempo he aprendido muchísimo de él, he descubierto amigos y compañeros suyos maravillosos y hemos compartido muchísimas risas y conversaciones sobre lo que más nos apasiona: el cine.

Veinticuatro meses después de aquel post, Dani ha publicado su versión opuesta titulada 50 motivos para odiar el cine y, claro, me he visto en la obligación de volver a echarle toda la poca vergüenza que aún me quedaba y en volver a plagiarlo descaradamente. He de decir que ha sido difícil, ¡muy difícil! Porque sus 50 motivos para odiar el cine son los más odiables que uno puede imaginarse a la hora de ver una película y porque no he querido repetirme.

Pero bueno, aquí van los míos que espero que también sean los tuyos:

1. Que la gente no le baje el brillo a la pantalla del móvil.
2. Los que se recrean abriendo el paquete de patatas.
3. Padres que meten en la sala de cine a sus hijos plenamente conscientes de que aun no han aprendido a callarse la boca.
4. Que James Cameron planee hacer cuatro secuelas de Avatar en vez de otra de Mentiras Arriesgadas.
5. Que el Interstellar de Zimmer no ganase el Oscar a Mejor Banda Sonora.
6. Que los dos primeros minutos de muchas películas españolas sean logotipos de entidades públicas financieras.
7. Que la película descargada tenga el audio desincronizado 0,200ms. Da igual, lo notas.
8. El amigo que, ocho años después, aún le hace gracia que un subtítulo descargado en una página sudamericana ponga "platicar" en vez de hablar.
9. Que la gente le diera la espalda a M. Night Shyamalan.
10. Los que aún siguen diciendo "pues el libro es mejor que la peli" cuando son dos cosas completamente distintas.
11. Los que, a día de hoy, aún siguen diciendo que el mejor cine se encuentra en la ficción televisiva.
12. Que estrenen dos películas importantes el mismo día.
13. El amigo que te dice "¡es que el cine es mu caro!" pero luego no se corta en pedirse un cubata o cualquier otra tontería.
14. El que te dice "yo no veo cine doblado".
15. Ir recomponiendo mentalmente la trama (y el final) de la película después de todas las veces que has visto el mismo trailer.
16. Que haya gente que se conforme con la calidad de video de un DVD-Rip.
17. Que haya gente que incluso vea screeners.
18. Que el precio de un Blu-Ray de lanzamiento sea tan alto que sólo puedas permitir comprártelo en el Black Friday de Media Markt al 50%.
19. Que Hans Zimmer sea menospreciado por cierta parte de la crítica.

20. Los Minions.
21. El rumbo que esta tomando Hollywood, basándose únicamente en secuelas, universos cinematográficos, superhéroes, remakes y sagas.
22. Los medios de información online que te ponen en letras grandes [SPOILER] y te lo ilustran con una foto de ese spoiler.
23. Que Spider-Man haya sido rebooteado dos veces en 6 años.
24. Que las televisiones ya no apuesten por programar películas.
25. Las películas que te gustarían que fuesen un éxito pero que compruebas que el público le esta dando la espalda.
26. Los últimos 15 años de Robert Rodríguez, con lo que prometía este hombre.
27. Cuando te adelantas dos escenas porque el guión es así de malo.
28. El listo que, diecisiete años después, sigue orgulloso de haber adivinado el final de El Sexto Sentido.
29. Los fundidos a negro a mitad del relato.
30. Comprarte una película y que no traiga extras. Aunque luego no los veas.
31. Que Hollywood separe la ultima entrega en dos películas. ¿Por qué ganar sólo 900M$ pudiendo ganar 1.800M$?
32. Que sepas que están a punto de quitar de cartel esa película que aun no has tenido ocasión de ver y no encontrar a nadie para verla.
33. Ir solo al cine.
34. Las películas que duran 3 horas.
35. Que Shakespeare In Love le robara el Oscar al Soldado Ryan. 

36. El estupidísimo debate Marvel Vs. DC surgido este ultimo año.
37. Que la gente se levante corriendo en cuanto empiezan los créditos y no se queden a verlos.
38. Que Paul Verhoeven no haya hecho más cine.
39. Que algunas webs de venta de entradas sigan cobrando 0,80€ por gestión de cada butaca y encima no puedas aplicar descuentos.
40. Cuando el que esta justo delante tuya en la cola le dice a la taquillera que no, que va a pagar con tarjeta.
41. Que la película mas taquillera del cine español sea Ocho Apellidos Vascos.
42. Los que te dicen que la banda sonora de una película es muy buena y se están refiriendo a la selección musical y no a la partitura original del compositor.
43. Ir a la Fiesta del Cine porque es barato.
44. Enseñarle a alguien -y con mucha ilusión- una película que te encanta y que te diga que no está mal.
45. El que te dice "¡es que no hay nada para ver en el cine!" y tú te lamentas de no encontrar el tiempo y la gente para ver las tres películas interesantes que tienes pendiente. 
46. Que quieras ir a ver dos películas el mismo día y no te coincidan los horarios.
47. La superioridad moral del que ataca el doblaje cinematográfico.
48. Los que no se callan.
49. Esas películas que, aunque haya pasado tiempo, sabes que volver a verlas te provocarán daño.
50. Que @danipaquitof y yo aún no hayamos coincidido juntos en una sala de cine.

Spectre y la necesidad del cambio

James Bond se ha convertido en un icono atemporal. Si obviamos las novelas, la primera película Agente 007 contra el Dr. No se estrenó en 1962. Bond lleva veinticuatro películas y cincuenta y tres años al servicio de su majestad. Y siempre de la misma, ojito. (El día que muera Isabel II tendrá que ser Nolan quien le dé un nuevo rumbo a la saga.) Pero a la vez que hemos dicho que 007 es atemporal también podemos decir que cada nuevo Bond es hijo de su tiempo. Tras cuatro películas protagonizadas por Pierce Brosnan en las que aún había vestigios de coletazos noventeros y horteras con bolígrafos que explotaban, coches que disparaban misiles desde sus faros y villanos con balas en el cerebro o diamantes en la cara, a mediados de la década pasada la saga y la taquilla pedían a gritos un cambio y un lavado de cara. Ese cambio llegó con "el primer James Bond rubio" de la historia, o así fue como comenzó la prensa a poner el grito en el cielo porque el sucesor del icono masculino más grande de Reino Unido era el -por aquel entonces- desconocido Daniel Craig.

Casino Royale se estrenó a finales de 2006, y este cambio iba influenciado por la saga de acción más importante de los últimos años, aquella que redefinió cómo tuvo que ser la acción a lo largo de los últimos quince años y que todas las películas han querido imitar, con mejores o peores resultados: la Saga Bourne. Ja(son)mes Bond fue "bournizado". Por primera vez, el agente británico soltaba el mismo número de hostias que recibía gracias a su acción frenética. Y en cierta medida también fue nolanizado. Los guionistas le dieron un aspecto más realista y más oscuro al personaje, con un inicio lleno de traumas y que, como bien dice los (mejores) créditos (de la historia de la saga) de Casino Royale con la canción "You Know My Name", Bond ya no es ese icono que folla a la primera de cambio sino que es ahora un hombre de sangre fría que no va a dudar un segundo en matarte si es necesario. La década de los 2000 exigía un héroe alejado de los cánones imperantes de la saga y acorde a la mentalidad post 11-S que reinó en el cine de acción, y eso fue lo que Craig nos entregó a los espectadores: un Bond más oscuro, un hombre que por primera vez era vulnerable y al que si hacía falta le terminaban reventando los huevos con una maza en una silla de esparto.

Casino Royale fue redonda en todos los sentidos y elevó la saga a un nivel de calidad en donde jamás había estado. Y todo aquello que tan bien construyeron lo tiraron abajo con Quantum Of Solace, esa película que nadie entendió y que ya nadie se acuerda. Y como la cagaron tantísimo tuvieron que volver a reiniciarla, esta vez contratando al director más extraño que jamás se pudo pensar para este agente secreto: Sam Mendes. Muchos pensamos que lo primero que haría Bond tras leer los emails de Moneypenny sería cascársela en la ducha. Pero alejados de las bromas, Sam Mendes entregó para muchos (para mí sigue siendo Casino) la mejor película de la saga: Skyfall. Un reinicio en el que Bond recibía su primer disparo de muerte, moría, abrazaba el alcoholismo y volvía a subir de los infiernos para renacer bautizado por el fuego de su Walter 9mm y por Inglaterra. Mendes y su equipo de guionistas, arropados por la preciosísima fotografía de Richard Deakins, ahondaban aún más en ese pasado tormentoso de Bond y le introducían en una aventura psicológica de acción en las que Bond tendría que pelear con dos madres (M e Inglaterra) y con un villano que incluso se atrevía a abrir las puertas de la homosexualidad al espía más macho de la historia. Mendes fue rompiendo un molde tras otro y fue premiado con más de mil millones de dólares de recaudación, haciendo de Skyfall la película más taquillera de todas.

Y como toda buena gallina de huevos de oro que nazca, la meca de Hollywood debía seguir estirando el chicle hasta que no dé más de sí. Y Spectre evidencia que esta gallina estaba muriéndose ya desde el primer plano de la película. A pesar de un muy buen prólogo (aunque tampoco es para tirar cohetes, señores), a Craig se le nota cansado y harto del personaje que lleva cuatro películas interpretando. No hace falta que lo remarque en las declaraciones fuera de micro, se le nota en cada plano que aparece en pantalla. Los guionistas han querido mezclar la fórmula nueva con la antigua y fallan en el intento: tanto porque al Bond de Craig ya no le queda nada por decir y porque los elementos clásicos siguen sin funcionar en esta era. Muchos espectadores se verán complacidos porque en Spectre vuelven a aparecer los elementos definitorios del personaje: los paisajes exóticos, el coche y, sobre todo, las mujeres. Aunque en verdad nunca habían dejado de estar presentes, aquí se intensifica mucho más estos aspectos, volviendo a la sota, el caballo y el rey, sólo que a mí no me funcionan o ya no les veo tanto sentido. Craig está cansado y ya no sabe qué nueva faceta dramática ha de presentar su personaje, mientras que Christoph Waltz activa su piloto automático para construir su villano y nos presenta un Hans Landa descafeinado, una amenaza que no se termina de ver en ningún momento y que no hace acto de presencia hasta la hora y media de película, logrando que ésta tenga el metraje más largo de toda la saga y haciendo incluso que nos aburramos en ciertos momentos. En cuanto al papel de las mujeres Bond de esta nueva entrega mejor ni entramos, puesto que una -a pesar de aparecer en toda la campaña promocional del film- sólo aparece 4 minutos y la otra tiene la misma calidad dramática que una lechuga hervida.

Spectre ha dejado la saga en el mismo punto que la dejó Pierce Brosnan: es entretenida, se deja ver, tiene buenas secuencias de acción y no aburre... pero es la vuelta a lo más de lo mismo, a lo que ya hemos visto tantas y tantas veces. Nuevos tiempos exigen a nuevos Bond. Y si Daniel Craig no quiere seguir siéndolo dejad que no lo sea y cededle el testigo a otro, tanto a un nuevo actor como a un nuevo director que aporte ideas frescas o le pegue un giro de 180º a una saga que está pidiendo a gritos cambios en todas las facetas que la han definido.

Internet y cómo dejé de comprar revistas de cine.

El sábado pasado un amigo me hizo una pregunta a la que supe encontrarle rápidamente la respuesta exacta: Oye, ¿tú sigues comprándote Fotogramas o Imágenes (de Actualidad)? Le contesté que no, aclarándole que no compro revistas de cine desde el mismo momento en el que compré mi primer iPad y sustituí la palabra impresa por la digital en el cuarto de baño. Y quien dice el cuarto de baño dice el salón o la cama, no vayáis a pensar que sólo leo mientras hago de vientre. A la pregunta de mi amigo se sumó la reflexión de que las revistas de cine hace ya muchos años que dejaron de tener sentido. O al menos sólo lo tenían cuando no podíamos acceder inmediatamente a la información y críticas de las películas o cuándo ellas solas tenían el poder de publicar, gracias al material inédito que le proporcionaban las distribuidoras, imágenes en exclusiva de tal o cual película que todavía estaban rodando en Estados Unidos. Y si por alguna extraña razón cae alguna en nuestras manos no es de extrañar que la mayoría del contenido ya lo hayamos visto meses antes circulando por la red.

A día de hoy la revista de cine ha quedado relegada a que puedas leer una entrevista a alguien muy particular, que la misma esté especializada en una temática muy concreta (como puede ser Sci-Fi Magazine, especializada en el terror y la ciencia ficción) o que los análisis de los distintos estrenos se hagan en profundidad o dediquen especiales a figuras del cine (como puede ser antigua la Cahiers du Cinéma -a día de hoy Caimán Cuadernos de Cine- o Dirigido Por). De las críticas de quienes escriben en ellas ya no cuentan, porque los mismos críticos se encargarán de publicarla en su timeline de Twitter, si los seguís. Desde la proliferación de medios especializados a mediados de la década pasada, esta exclusividad de las revistas de publicar contenido exclusivo se fue por la borda en muy poco tiempo. Es cierto que aún no existían las redes sociales, pero los aficionados al cine teníamos nuestras tres o cuatro webs de cabecera como Dark Horizons o la ya desaparecida Tu Blog de Cine que visitábamos varias veces al día para enterarnos de los contenidos y noticias nuevas que salían en cada momento. Por no hablar de la aparición de páginas de Facebook y usuarios de Twitter, redes instantáneas que a día de hoy nos brindan en bandeja el material directamente en nuestro timeline sin necesidad de visitar la web intermediaria que nos pudiera ofrecer el contenido. Ya no me acuerdo de cuándo fue la última vez que entré en Blogdecine si no fue expresamente para leer alguna crítica de Alberto Abuín, el único salvable de todo aquel elenco que empezó (y el único autor con el que, una década después, sigo aprendiendo cada vez que le leo).

Después de la pregunta anterior sobre las revistas, a mi amigo y a mí nos invadió la nostalgia mientras andábamos y surgió otra pregunta: ¿Y te acuerdas de la época en la que nos enterábamos de los estrenos porque veíamos los trailers en el cine? Mi amigo vio mi carta y subió la apuesta, diciéndome que él incluso se acordaba de que estaban rodando tal o cual película porque había visto el póster en las paredes del multicines. Otro de los factores mágicos del cine de los años 90 que fusiló Internet, sin piedad alguna. Aún recuerdo aquel verano del 97 en el que Roland Emmerich se mofaba de los dinosaurios de Spielberg proyectando con su Mundo Perdido un trailer en el que se veía cómo un esqueleto de tiranosaurio (emblema de la saga) era aplastado sin contemplación por una pata gigantesca de otro bichaco emblemático. Por poner un ejemplo. Y ya no hablemos de aquellos trailers en los que la gente pagaba la entrada para una película de Drew Barrymore y luego se salía antes de que empezara porque ya había visto lo que quería.

Ambos fenómenos son algo que no creo que se vuelva a poder repetir en la vida, o no al menos por cómo está establecido el consumo cinematográfico en nuestra década. Entrábamos en la sala no sólo con la ilusión de ver la película, sino de volver a presenciar aquel impresionante avance de esa nave espacial gigantesca que posaba su rayo de muerte y destrucción sobre la Casa Blanca, por poner otro ejemplo. Estoy seguro que cuando lancen el primer avance de la secuela de Independence Day no tardaré más de media hora en haberlo visto, al igual que medio mundo. Las redes sociales y el fenómeno talifán (mezcla del término fan y de talibán, palabro que descubrí el otro día y que me encantó) han logrado que hoy sea noticia que quedan dos o tres días no ya para que estrenen la película, sino para que se publique el tráiler en las redes sociales. A esto hemos llegado, a viralizar y darle categoría de noticia el que se publique una nueva foto del Joker de Jared Leto con bastón y pantalón de chándal. Podría estar hasta que acabe al año que viene poniendo ejemplos, pero creo que con un par de ellos basta.

Si en los años 90 veíamos un tráiler, quedábamos maravillados y deseosos que la próxima vez que volviéramos al cine nos lo volvieran a proyectar. Y a no ser que Antena 3 lo anunciara como noticia, aquella era la única manera de volver a verlo. Hoy en día el tercer trailer de El Despertar de la Fuerza logra más de 50 millones de visionados en su primera semana. Y gana otra reproducción más porque me aburro mientras espero en la parada a que llegue mi autobús.

Amenábar y lo técnicamente irreprochable

Hace ya diez días que se estrenó Regresión, la última película de Alejandro Amenábar, la cual está dejando más huella en la taquilla española que en el recuerdo de los espectadores que fuimos a verla. Aunque ni eso, puesto que la campaña mediática por parte de Telecinco no ha surtido tanto efecto, ya que su estreno se quedó en 2,6 millones de euros mientras que el año pasado por estas fechas Torrente 5 hacía 3,7 millones. Y eso que estamos hablando de Amenábar, uno de los directores españoles que más hype generan ya que entre película y película se toma descansos de cinco años como mínimo. Y claro, lo primero que hace el espectador cuando sale del cine es hacerse dos preguntas. La primera de ellas es "¿Seis años de espera para esto?", la siguiente es "¿De verdad esta era la película que deseabas hacer?".

Y dentro del ejercicio crítico, una de las muletillas más repetidas a la hora de intentar sacar aspectos positivos de esta película (que los tiene, ojo) es decir que "técnicamente es irreprochable" o "su factura técnica es muy buena". O "está muy bien hecha", como diría mi madre. Y, como bien dijo Juanjo Cerero, "Si está técnicamente perfecto es que es una puta mierda". Tampoco es que quiera agarrar este argumento literalmente, no lo toméis desde un punto de vista tan radical, pero sabéis por dónde van mis tiros. No podemos -ni debemos- aceptar el defender una obra diciendo lo bien hecha que pueda estar cuando el presupuesto que le han dado a este señor fue de 20 millones de euros para que hiciese con su película lo que quisiera. Cuando un realizador maneja cantidades tan grandes y la producción y el resultado final es tan normal/mediocre/eficiente, que su factura técnica sea correcta es lo mínimo que se le debe exigir al director, sobre todo después de haber rodado cinco películas anteriormente. Es más, es algo que no deberíamos ni tenerlo en cuenta, debería ser un aspecto implícito en el que no deberíamos ni detenernos cuando estamos hablando de un profesional de la industria del cine. No ocurre así en el caso contrario, cuando un director coge un presupuesto ínfimo y logra hacer que luzca como si le hubieran dado el triple de dinero para llevarlo a cabo. Se me ocurre Guillermo del Toro, quien en El Laberinto del Fauno o Hellboy logró exprimir cada dólar y cada euro en pantalla. O véase La Isla Mínima de Alberto Rodríguez, quien consiguió que los 4 millones de euros que costó su película luciesen muchísimo más que los veinte de Regresión. Y al menos la producción se quedó en casa, no se escapó por Canadá.

Alejandro Amenábar ha pasado de ser el alumno aventajado del cine español a convertirse simplemente en alguien más dentro de la industria. Amenábar destacó como nadie cuando estrenó su ópera prima Tesis allá por el 96 y cuando partió todos nuestros esquemas a finales de 1997 estrenando una obra cumbre dentro de la historia del cine español y de la ciencia ficción: Abre Los Ojos. Amenábar era alguien que logró destacar por hacer cosas que nadie más hacía en aquel momento, alguien que se salía del estándar que imperaba en aquel momento y nos ofrecía películas que incluían un enorme salto de calidad. En los siguientes proyectos a Abre Los Ojos, Amenábar optó por reclutar a estrellas internacionales para poder vender el producto en mercados internacionales, algo perfectamente entendible desde un punto de vista económico pero con el que pierdes la esencia del cine patrio que estás abanderando. Si Abre Los Ojos se hubiese producido este año la hubiera rodado directamente con Tom Cruise, y no con Eduardo Noriega. Amenábar destacó por acercar a nuestro cine una narración y unas formas muy estadounidenses, algo impensable a mediados de los 90. En cambio, a día de hoy no se diferencia de ninguno de sus homólogos americanos, es uno más. Y si no fuera porque la maquinaria de Telecinco se empeña en machacarnos constantemente que se va a estrenar la nueva película de Amenábar, nadie sería capaz de identificar quién es el director que la firma.

Afortunadamente, en los últimos años muchos han sido los directores que han aupado nuestro cine a niveles y a una calidad que no tiene nada que envidiarle a las películas que nos llegan más allá del charco. Autores como el ya mencionado Alberto Rodríguez, Daniel Monzón, Daniel Sánchez Arévalo, Enrique Urbizu, Javier Fesser y Alex de la Iglesia, entre otros, producen y dirigen un cine de muchísima calidad sin perder su esencia de cine español. Pero lo peor que se puede decir de Regresión es que es una película que podría haberla dirigido cualquiera.

La Visita (o la historia de Shyamalan y el público)

Escribir sobre La Visita supone el ejercicio crítico más difícil de los últimos meses, un desafío que ninguno de los aficionados al séptimo arte va a ser capaz de realizar: se trata de enjuiciar la última obra de M. Night Shyamalan sin atender o, mejor dicho, sin darle importancia a la persona que la dirige. Y es una tarea completamente imposible. Puesto que La Visita sin Shyamalan no tendría sentido. Al igual que la carrera de Shyamalan tampoco tendría sentido sin La Visita.

Y es que en los últimos años no ha habido un director en la historia del cine comercial más ligado a cómo ha respondido el público a su filmografía que el director indio. La carrera comercial y crítica de Shyamalan es bien conocida hasta por aquellos que, a pesar de gustarles mucho el cine, no se detienen más allá de los créditos. El director pegó el petardazo a finales del 99 con aquella historia sobre un niño que veía fantasmas. La acogida fue tan masiva que recaudó casi diecisiete veces su presupuesto y cuando un año después llegó con su siguiente película el público se adueñó de las expectativas que debía generar el autor y le exigió que repitiera su fórmula. Y a pesar de cumplir con su famoso giro de guión, el público se encontró con una de las propuestas más arriesgadas y mejor ejecutadas que se han podido ver jamás: un estudio fílmico sobre el origen del superhéroe, sólo que ambientado en un mundo no fantástico y con la sombra del divorcio bailando con los personajes de la película. El público no la entendió. Lógico, era demasiado arriesgada y sobresaliente como para que la apreciaran como es debido. ¿Cuál hubiera sido la recepción crítica y comercial si El Protegido se hubiese estrenado hace meses, después de 15 años de películas de Marvel? A pesar de que con su siguiente película (Señales) obtuvo una gran acogida comercial, los verdaderos palos empezaron a lloverle con su siguiente propuesta: El Bosque, un preciosísimo relato en el que los personajes se movían por el miedo -el miedo y la sobreprotección surgida a raíz del 11S- y, sobre todo, por amor. Su siguiente propuesta, La Joven del Agua, fue el punto de inflexión para que los espectadores terminaran de rechazar las historias que les proponía y empezasen a ir con la escopeta cargada a ver todas y cada una de sus futuras películas. En palabras de Noel Ceballos, fue el propio público el que colocó al autor en una posición muy injusta dentro de la cultura popular. De alguna manera, traicionando a sus principios fílmicos, Shyamalan se vio obligado a abandonar su autoría para venderse al Hollywood comercial y así poder recuperar algo de la cuota de pantalla que esa ramera que es la taquilla decide si te dará dinero o no para financiar tu siguiente obra. Y fue precisamente con sus dos películas más comerciales, Airbender y After Earth, con las que terminaría de estrellarse con el público más indeciso e injusto de la historia.

Rechazado por sus propios espectadores, M. Night Shyamalan ha sabido programar la jugada perfecta para volver al terreno de juego, pero no por la puerta grande, sino colándole a la taquilla un gol por la escuadra. El director hindú se ha visto obligado a realizar una película de pequeño presupuesto y a pagársela de su propio bolsillo desembolsando 5 millones de dólares, una cantidad ridícula para los presupuestos que manejaba. Y una vez vista La Visita, poco importa que tuviera que costar más o menos, Shyamalan sabe ajustar al máximo los recursos de los que dispone y nos ofrece un relato filmado de la manera más sencilla posible y sin grandes estrellas de apellidos Whalberg o Smith que puedan estropear la función. Al venir producida por los creadores de Insidious y Paranormal Activity, puede que sea la primera vez en la historia de la filmografía del director que el marketing está vendiendo la película como lo que verdaderamente es: un relato con tintes de terror en el que dos niños van a conocer a sus abuelos durante una semana y estos abuelos empiezan a hacer cosas raras por la noche. No obstante, y al igual que a lo largo de toda su filmografía en la que podemos encontrar la mayoría de estos elementos, Shyamalan vuelve a sus orígines y sigue hablándonos de esa familia rota que necesita volver a estar unida para vencer a lo sobrenatural. Como también dice Pere Vall, Shyamalan vuelve al terror básico, al cuento para no dormir, al ruido extraño detrás de la puerta.

Y para volver al terror que tanto resultado le dio en los momentos espeluznantes de El Sexto Sentido y Señales, Shyamalan se atreve a jugar con los subgéneros del found footage (metraje encontrado) y el documental que hemos visto tantas y tantas veces en los últimos años: Paranormal Activity, Monstruoso, REC, Chronicle, Project Almanac, En El Ojo de la Tormenta, etc. La pregunta que le puede surgir al espectador es que si después de tantas y tantas películas con el mismo estilo era necesario que un director de la talla de Shyamalan se pusiera a jugar con las camaritas. Y la respuesta es que sí. No sólo porque encuentra en la historia la propia justificación para que las use (la historia la conduce una niña de 16 años que quiere realizar un documental sobre la semana que va a pasar con sus abuelos), sino que además M. Night se atreve a introducir una segunda cámara, ponerla en manos del hermano pequeño, y jugar con una narrativa en la que intercala lo que van registrando ambos objetivos a la vez. El juego de planos y de suspense está servido y a merced de hacerlo pasar muy mal a los espectadores en determinados momentos. Y no sólo porque al jugar con dos cámaras el director nos va a enseñar lo que él quiera en el momento determinado dejando fuera de plano lo que nos aterra, sino que en muchos momentos rompe las reglas del género y se burla de nuestras expectativas respecto a lo que creemos que nos vamos a encontrar, como ese plano estático del salón en el que estamos pendientes de ver qué es lo que verdaderamente ocurre y uno de los personajes agarra la cámara. Quienes ya la hayáis visto sabréis de qué hablamos. Al igual que no sólo va a romper con nuestras expectativas sobre el terror, sino que cuando menos nos lo esperamos va a introducir un humor negrísimo en el relato y va a lograr que el patio de butacas dude entre morirse de miedo o morirse de la risa, puesto que los momentos cómicos están introducidos de una manera soberbia gracias a ese pequeño gran descubrimiento que es Ed Oxenbould, el niño que interpreta a Tyler, el hermano pequeño de esta historia y que protagoniza momentos delirantes que nos liberan de la tensión que llevamos acumulada y que descargamos en forma de sincera carcajada. Mucha atención a la escena en la que imita a su abuela.

Como decíamos anteriormente, no podemos entender el porqué existe una película como La Visita sin atender a las razones que han llevado al director hindú a realizarlas. Quizás vayan a verla sin saber quién la ha dirigido quizás se encuentren con una película normalita y muy disfrutable. De hecho, si eliminásemos de la ecuación el nombre de Shyamalan nos encontraríamos con una película mediocre y que, en su esencia, nos puede estar contando una chorrada como un piano. Pero claro, viene firmada por quien viene firmada y eso hace que fijemos el punto de atención (y nuestras afiladas garras) en quien maneja las cámaras. Y si hay otra película que recuerda mucho a la situación en la que se encuentra Shyamalan quizás sea Los Amantes Pasajeros, de Pedro Almodóvar, quien nos demostró con ella que no le debe nada al público que muchas veces le ha dado la espalda y que se puede permitir contar la historia que le dé la real gana. Y aplaudo la valentía de ambos autores por hacerlo, que para eso son cineastas y su trabajo es contar historias. Aunque no debemos olvidar que ellos jamás nos dejaron de lado a nosotros.

Inside Out y la dificultad de lo sencillo

El debate cinéfilo de los últimos días es muy sencillo, sólo se divide en dos preguntas: si Del Revés (Inside Out) es la mejor película de Pixar o si Inside Out (Del Revés) no es la mejor película de Pixar. Es la primera apreciación que corren a hacer muchos en las redes sociales, como una especie de referencia que nos ayude a saber si la nueva cinta de Disney va cumplir con nuestras expectativas o no y si merece que nuestros amigos de Facebook y Twitter paguen la entrada, cuando la respuesta a esto último es siempre SÍ. Cuando una película nos gusta, aunque quizás no demasiado, tendemos a compararla rápidamente con otras. A mí me ocurrió recientemente con Jurassic World, y ahora a muchos les está está pasando lo mismo con Inside Out, que se ven en la necesidad de colocarla en una escala de "películas de Pixar ordenadas de mejor a peor" para ver dónde pueden encajarla y utilizar el disfrute como indicador objetivo para valorarlas en la medida de cada uno. Y esta vara de medir muchas veces resulta perjudicial para un título que puede (y debe) ser juzgado aisladamente. Las películas de Pixar a menudo son tan diferentes que compararlas sería rebajarlas a escalas en las que unas no tienen nada que ver con las otras. Es cierto que si por algo se caracteriza Pixar es por haber elevado el cine de animación a unos estándares de calidad y disfrute que nadie se hubiera imaginado hace veinte años, cuando estrenaron su primer título. Pixar se ha convertido en un sello de calidad por sí mismo, un sinónimo que garantiza que hasta su peor película va a ser muy buena en ciertos aspectos y que ninguno de tus hijos de entre 3 y 9 años se te va a quejar jamás. Pero retomando el tema de las comparaciones, sería muy injusto comparar títulos tan diferentes entre sí como Cars y Buscando a Nemo, o como Wall-E y Toy Story, cuando cada una tiene matices tan distintos y, sinceramente, los valores con las que podríamos enjuiciarlas son absolutamente subjetivos, por lo que tampoco nos sirve.

Que cada uno construya su escala de gustos como quiera, pero podemos afirmar que Inside Out es el trabajo más maduro e importante hasta la fecha. Además de ser una de las más emocionantes del estudio, es su película más imaginativa y compleja visualmente, uno de estos títulos que tendrás que ver varias veces para poder captar todas las referencias visuales que no te ha dado tiempo a asimilar en su primer visionado. El que esto escribe decidió dejar fuera de la ecuación el recuerdo y las grandes cualidades fílmicas de títulos como Ratatouille o Monstruos S.A. y se ha encontrado, de nuevo, con una obra de arte del estudio que casi roza la perfección y que es un auténtico estudio de la mente humana y de nuestras emociones que ha sido dibujado en forma de personajes y animado por ordenador según el ritmo del cine de aventuras. Toda una proeza. Corre por internet una foto en la que describía la carrera de Pixar tomando los sentimientos como el motor que ha conducido siempre la temática de sus películas: ¿Y si los juguetes, bichos, monstruos, peces, superhéroes, coches, ratones, robots y perros tuvieran sentimientos? terminando el meme con el más difícil de los difíciles: ¿Y si los sentimientos tuvieran sentimientos? Y en parte en eso se basa la última y arriesgadísima propuesta del estudio, en que Pete Docter y sus colegas han intentado describir mediante imágenes qué pasa por nuestra cabeza cuando tomamos una decisión y cómo los recuerdos que almacenamos cada día nos van a afectar de una manera u otra a largo o a corto plazo. Y cómo un recuerdo que en un principio puede parecer feliz puede convertirse en triste y cómo esta tristeza va a ser esencial para que superemos ciertas etapas de nuestra vida. Íker Zabala indicada en su maravillosa crítica que "la personalidad se construye dándose golpes con la realidad, y la unidad familiar con recuerdos amables y dolorosos, y recuerdos amables que se vuelven dolorosos. Y viceversa."

Y en la sencillez de su puesta en escena es dónde reside la dificultad de esta propuesta que hay que alabar por todos los sitios. Cuando leemos en entrevistas que Pete Docter y su equipo artístico estuvo trabajando en el proyecto durante casi diez años no nos extraña, puesto que han sabido reducir a imágenes cientos de conceptos que seguramente tengan nombre y apellidos de investigadores y psicólogos de los que no hemos oído hablar jamás. Y eso no es fácil, no se plasma sobre el papel de un día para otro. Puesto que no solamente han quedado reflejadas en la pantalla, sino que Docter ha sabido convertir este estudio de la psique y de la infancia en un auténtico parque de atracciones y en una aventura de proporciones épicas que tienen que recorrer varios personajes (y nosotros también, como espectadores) para poder llegar hasta el final de la historia. Y no sólo en este aspecto reside su sencillez y su dificultad, sino que el mundo fílmico e interno se construye sobre una base de reglas que Docter es capaz de explicar en tan sólo un prologo de los cinco minutos que dura la preciosa canción de Michael Giacchino y en la que los espectadores automáticamente entramos en su juego. Los creadores de esta nueva barbaridad fílmica han sabido plasmar conceptos abstractos (el tren del pensamiento, la memoria, las construcciones sociales) en imágenes para niños de seis años que sólo un adulto y un psicólogo entendería.

Podría decirse también que Inside Out es la película menos infantil de Pixar, puesto que apela directamente a la nostalgia del adulto que siempre ha sabido respetar como espectador y ciertos conceptos puede que a un niño se le escapen. Pero también es esencial que un niño la vea y, sobre todo, aprenda con ella, aprenda con ese personaje que todos comenzamos odiando pero con el que, precisamente, terminamos empatizando: con la tristeza, porque a pesar que la alegría debe ser nuestra fuente de vida hay veces que debemos llevar de la mano a nuestra amiga azul, la otra fuente necesaria para comprender a las personas que están a nuestro lado. Indise Out enseña a los niños que todos los personajes de la película (Ira, Asco, Miedo, Alegría y Tristeza) les acompañarán a lo largo de su vida y que sus recuerdos más ricos serán aquellos que contengan unas pinceladas de cada color. En este viaje de sentimientos y recuerdos Pixar vuelve a demostrar que es capaz de jugar con nuestras emociones con la naturalidad de un trilero, logrando que pasemos de la carcajada al llanto sincero y emocionado en tan solo medio minuto. Y viceversa, porque cuando aún no hemos terminado de sorbernos los mocos y secarnos las lágrimas en el final de esta montaña rusa de emociones aún nos quedan más por llorar, pero esta vez de la emoción y de la risa.

Jurassic World y el parque de la nostalgia

Tengo un problema con Jurassic World. Cuando salí de verla y me fui a cenar con mis amigos, surgió un pequeño debate de cine en el que mi amigo Juanmez decía que "la primera impresión es la que cuenta", a lo que le respondí que estaba completamente equivocado. Hay muchas películas cuya primera impresión puede dejar un gusto raro, pero en cuanto van pasando las horas, y lees y hablas con otras personas estas cintas van adquiriendo otra dimensión y comienzas a verlas -y a apreciarlas- de otra manera, haciendo que ese regusto que teníamos todavía termine convirtiéndose en un agradable sabor para el paladar. Se me ocurren títulos como Funny Games, Magical Girl o la muy reciente It Follows, que terminas apreciando las grandes películas que son una vez pasado el tiempo. Pues con Jurassic World me ocurre todo lo contrario: salí muy satisfecho del cine, me entretuvo muchísimo y la disfruté como un niño, pero en cuanto pasaban las horas y me ponía a darle vueltas a lo que había visto es cuando empezaba a paladear ese regusto raro que no lo tuve durante la proyección, pero sí a la salida.

Javier Ruiz de Arcaute apuntaba en su crítica, acertadísima desde la primera hasta la última palabra, que Jurassic Park es una de las muchas sagas que sólo puede sorprender a sus espectadores una sola vez: la primera. Y vaya cómo lo hizo. En aquel verano, la cámara del director estadounidense bajaba hasta los pies del Dr. Alan Grant para mostrarnos, señalando al cielo, que lo que los espectadores estábamos viendo era un dinosaurio de verdad. Y lo era, o al menos yo aún sigo convencido de ello. Steven Spielberg se cascó, allá por el año 93, una de las experiencias cinematográficas más grandes, más impresionantes y que más han marcado a generaciones de espectadores. Las secuelas que vinieron después no fueron más que un intento por estirar el chicle y la fiebre de los dinosaurios, que aún tenían mucho dinero que generar. Spielberg volvió a adelantarse en el 97 con su Mundo Perdido a todas las películas de "bichos gigantes" que vendrían después, como The Relic, Anaconda, Godzilla, etc. Pero los resultados artísticos y emocionales de El Mundo Perdido tardaron muchos años en hacer efecto: todos fuimos a verla en masa, todos salimos alucinados del cine por volver a ver a los tiranosaurios, pero no nos dimos cuenta de lo mala que era hasta años después. Por mucho que Spielberg quisiera innovar trayendo los dinosaurios y la destrucción a un entorno urbano, la película deja(ba) mucho que desear.

A Jurassic Park III no voy ni a mentarla.

Volvemos al presente, al 2015. Han pasado veintidós años desde el estreno de la primera entrega y muchas han sido las cosas que han cambiado en estas dos décadas: ha cambiado el modo de hacer cine, ha cambiado el modo de consumirlo y, sobre todo, hemos cambiado nosotros como espectadores. Era evidente que los ojos que fueron al cine este fin de semana para comprobar qué me iba a ofrecer el director Colin Trevorrow no son los mismos ojos que miraban atónitos cómo un tiranosaurio de verdad atravesaba su verja electrificada y rugía entre dos jeeps. Como hemos dicho antes, Jurassic World es plenamente consciente de que era imposible que jugase con el factor sorpresa, como se le ocurriese jugar esa mano sabía que no la iba a ganar. A lo largo de dos décadas de cine hemos visto infinidad de bichos y centenares de películas que han querido ser la nueva atracción de Jurassic Park. Por lo tanto, Jurassic World ha jugado otra carta infinitamente más inteligente para los tiempos que corren: la carta de la nostalgia. Jurassic World se apoya en el cariño que durante décadas le hemos tenido todos a la primera entrega para ganarse nuestro afecto como espectadores. Apuesto a que todos los que la hayáis visto habréis tenido conversaciones a la salida del cine en las que "pues los guiños a la primera me han encantado" ha sido un argumento de peso a la hora de defenderla. Y un argumento muy válido, ojocuidao, pero que no se sostiene a la hora de valorarla en su justa medida.

Jurassic World es un auténtico parque de atracciones en el que los espectadores nos subimos a los recuerdos de una película de hace veintidós años y dejamos que Trevorrow maneje nuestro asiento de la montaña rusa de la memoria a su antojo. Y se lo permitimos, porque la mera de idea de ver en funcionamiento ese Parque que el Dr. Grant y el John Hammond decidieron no avalar es algo por lo que mataría el niño de nueve años que aún llevamos dentro. A lo largo de la primera hora de película iremos andando por los lugares comunes que tantas veces hemos imaginado en aquel VHS gastado, lugares que visitaremos con el hilo musical de John Williams que Giacchino se empeña en utilizar tan mal tantas veces (atentos a cómo uno de los momentos en los que la música cobra más emoción ocurre dentro una habitación de hotel). Y el niño que ha pagado sus 6€ de entrada ha quedado satisfecho. Pero en cuanto el parque comienza a irse al carajo, como manda el canon de las "películas jurásicas", es cuando el adulto entra a juzgar.

Uno de los argumentos que más se pueden escuchar es las conversaciones de este fin de semana es que "Jurassic World es un blockbuster veraniego que cumple a la perfección su función de entretener".  Y ojito de nuevo que no voy a rebatir ni una sola palabra de esta afirmación, puesto que se cumple al pie de la regla y también es muy digna. Pero soy de la opinión que, como espectadores, nos merecíamos mucho más de lo que hemos visto. ¿O a vosotros no os parece? No podemos quedarnos en la simple satisfacción de que con salir entretenidos la película ha cumplido todos sus objetivos. A lo mejor esto se lo podemos pedir a sagas como Fast & Furious o al superhéroe de turno. ¿Pero se lo pediríais a sagas como las de James Bond o a El Señor de los Anillos? ¿Os conformáis sólo con salir entretenidos? A lo mejor el raro soy yo, que las anteriores venían firmadas por el mismísimo Steven Spielberg y a ésta le iba a exigir que corrigiese el patinazo que supuso la tercera. Malditas expectativas. Y aquellos que me digan que un blockbuster no puede sorprender a estas alturas les invito a que vean ese otra cuarta entrega de una saga llamada Mad Max: Furia en la Carretera, prueba viviente que treinta años después de la primera entrega aún te puedes cascar un pajote visual de primer órdago si le pones cariño y ganas.

A lo largo de estos dos días que llevo dándole vueltas a este regusto raro que me ha dejado la película he llegado a la conclusión que mi verdadera molestia es que, al contrario que las anteriores entregas de la saga, Jurassic World no contiene ni una sola escena que se me haya grabado a fuego en mi memoria o me dejara clavado al asiento, cosa que sí hicieron las anteriores. Dice el refrán que si el comparar no es justo diré que no hay comparación. Comparar a Spielberg con Trevorrow es como comparar a Dios con un boniato, y lo del score de Giacchino contra la partitura que se marcó Williams en su día es otro tanto de lo mismo. Decía en Rafa de @LasHorasPerdidas que "la secuencia de la cocina de Jurassic Park es una obra maestra y por sí sola justifica el precio de la entrada. Sabes, Y SPIELBERG SABE QUE LO SABES, que los niños tienen tantas posibilidades de sobrevivir como una bola de nieve en el infierno." ¿Y la del tiranosaurio? ¿Qué podemos decir de ella? ¿Que Spielberg colocó la cámara, quitó la música y puso dos coches, tres adultos, dos niños aterrorizados y un morlaco de 8 toneladas de peso y dejó que ocurrieran cosas? Pero es que me es imposible no comparar, así que el único amago de justicia que voy a permitir es dejar fuera de juego a la primera entrega, porque si no el combate no duraría ni un asalto.

Es evidente que El Mundo Perdido ha envejecido muy mal, al igual que el tiempo terminará diciendo el recuerdo que nos dejará esta nueva entrega en nuestra memoria. Pero si por algo se caracterizaban las películas de Spielberg, y al menos yo pensaba que esta nueva tendría algo de él (malditas expectativas, de nuevo) es que tanto la primera como la segunda entrega tenían ES-CE-NA-CAS, auténticos escenones dignos de estudiar su planificación en las facultades de cómo jugar con las emociones de los espectadores. Y eso es algo que echo de menos cada vez que aparece cualquier dinosaurio en esta nueva entrega. Basándome en lo que han supuesto para mí las experiencias de ver las películas por primera vez en el cine, siento decirle al señor Trevorrow que por muy bien filmadas que estén las escenas del Indominus y de los raptores no le llegan a la suela de los zapatos a las que ya nos enseñaron dieciocho años atrás. Incluso las escenas de El Mundo Perdido que dirigió Spielberg con la desgana y con el piloto automático puesto son mejores que cualquier secuencia planteada por Trevorrow. Secuencias como el ataque de los velicorraptores por la noche en mitad del campo, la escena de la caravana colgando o incluso el ataque al campamento del tiranosaurio siguen siendo dignas de admiración, al menos si las comparamos con las de la última entrega. Y aquellos que me saquéis a coalición la pelea final de Jurassic World os recuerdo que el elemento que hace impresionante esta escena es, de nuevo, la nostalgia en forma de bengala roja y de muchos dientes. Nostalgia por ver de nuevo y en todo su esplendor el último elemento del parque que aún nos faltaba por ver y que hacía tanto que no veíamos rugir en pantalla grande.


Pero bueno, a pesar de todo lo que he dicho, tan sólo sea mi propia afirmación al argumento que le rebatía a Juanma al principio del post: la primera impresión no es la que cuenta. Cuando vuelva a verla, que seguramente lo haga, os vuelvo a contar y espero que sea para mucho mejor. No obstante, y a pesar de lo negativo que pueda haber sido porque echo en falta la garra y tensión de las secuencias de las anteriores entregas en esta última, Jurassic World cuenta con muchísimos otros aciertos como su pareja protagonista (Chris Pratt es imposible que no resulte simpático y Bryce Dallas Howard vuelve a estar encantadora corriendo por los empedraos con tacones, ¡brava!) y un humor muy muy muy loco a lo largo de todo su metraje, centrado en el bizarrismo de ciertas secuencias como verse a cuatro raptores con GoPro atadas a la cabeza dignas del mejor Aliens de James Cameron o de ciertos personajes que terminan declarando su amor en el momento más inoportuno de la historia (y con una respuesta más loca aún, si cabe).

Jurassic Park es como el Indominus Rex: diseñado a partir de lo antiguo con elementos nuevos para atraer al cine a todos los espectadores, tanto aquellos que sabemos que nos volverá a tocar la fibra nostálgica en cuanto veamos los elementos del parque que nos son familiares desde hace tantos años como las nuevas generaciones que nunca atravesaron sus puertas y ya le están pidiendo a sus padres -que cuando fueron al cine entonces ellos eran los niños- que les compren este fascículo o esta taza o este peluche. Porque si pones en pausa la película en cualquier fotograma puedes comprar la mitad de los objetos que aparecen en ella. Y vamos a seguir comprándolos.

Bienvenidos a Jurassic Park

Tras llegar en helicóptero a una misteriosa isla, dos jeeps que avanzan por campo abierto se detienen bajo las órdenes del anciano Dr. Hammond. Uno de los pasajeros, el paleontólogo Alan Grant, mira a su izquierda y el asombro ante lo que está viendo le deja paralizado e incrédulo. No sólo tiene que quitarse el sombrero, también necesita deshacerse de sus gafas de sol para comprobar que sus sentidos no le engañan. La inquietud de la música de John Williams va en ascenso. La Dra. Sattler, absorta en la lectura de un panfleto que hace las veces de mapa, tiene la misma reacción que su compañero en cuanto ve con sus propios ojos lo que parecía increíble para los espectadores de 1993. Un paneo de la cámara de Steven Spielberg va mostrando, poco a poco, lo que ningún espectador podía imaginarse por aquella época: una bestia prehistórica con un cuello de 9 metros de largo y 50 toneladas de peso. Aquella imagen logró cambiar el cine como lo conocemos hoy día, y el propio Dr. Grant le decía a los espectadores lo que nadie era capaz de creer: “Es un… dinosaurio”.

Se dice pronto, pero han pasado 22 años desde que Parque Jurásico se estrenase. En Estados Unidos inició su carrera comercial el 11 de junio de 1993 y a las carteleras españolas llegó meses después, en octubre. Muchos de nosotros recordamos aquel estreno cinematográfico como si fuera ayer mismo. El estreno de la película de Steven Spielberg será recordado por numerosos factores, tanto por la impresionante e inteligentísima campaña de marketing que tuvo detrás como por la proyección en sí: los espectadores recuerdan pocas películas en los que el patio de butacas vibrara tanto o estuviese aguantando la respiración durante tantas y tantas y tantas escenas que ya han pasado a la historia del cine, en especial dos de ellas. Ya desde el principio de la cinta, el público experimentó uno de los inicios más terroríficos que se recuerdan en una sala de cine, con niños llorando en la primera escena y padres que salían corriendo de la sala. Y todo sin mostrar absolutamente nada, ojo cuidao. Tras esta aterradora secuencia en la que algo se acababa de zampar a un operario del Parque, Steven relajó los ánimos de la platea durante casi una hora pero sin perder el ritmo en ningún momento, hasta que a mitad de película nos mostró, para quien suscribe este artículo, la mejor secuencia de la historia del cine. Por supuesto, estamos hablando del ataque del Tiranosaurio a los jeeps, todo un prodigio de planificación y de montaje, en el que en ningún momento se recurre a la música y en el que Spielberg manejó con maestría todos los ingredientes de los que disponía en un espacio tan reducido: dos coches, tres adultos, dos niños aterrados, un váter y un morlaco de 8 toneladas de peso como maestro de ceremonias. Si el ataque del Rex se caracteriza por ser una escena “estática”, Spielberg mostraría la otra cara de la moneda en la segunda escena que pasaría a la historia por su planificación, por su tensión y por el absoluto terror que pasamos todos aquellos que la vimos: el ataque de los velocirraptores en la cocina. La escena es tan perfecta, que el propio Spielberg, falto de ideas, se autoplagiaría años después en la escena del sótano de La Guerra de los Mundos (2005).

Como hemos dicho anteriormente, Parque Jurásico pasó a la historia por varios factores. El primero de ellos fue, por supuesto, que Spielberg logró la absoluta perfección en cuanto a integración de efectos especiales en una película se refiere. Nunca volvió a repetirse aquel impacto en pantalla de que el público creyese que lo que estaba viendo era un dinosaurio. Porque aquellos dinosaurios eran reales, y a día de hoy nos lo siguen pareciendo. Literalmente, Spielberg los devolvió a la vida gracias a una nueva y extraña técnica (recordad que estamos hablando del año 93) llamada animación por ordenador. En cualquier documental o reportaje podremos ver los clásicos ejemplos de animación digital en películas como El Secreto de la Pirámide (1985), Abbys (1989) y Terminator 2 (1991), pero fue Parque Jurásico la que demostró que los ordenadores eran capaces de reflejar en pantalla lo que, hasta entonces, era imposible de llevar a cabo. La tarea de la Industrial Light & Magic, justamente galardonada con un Oscar, abrió las puertas a una lluvia de títulos que aprovecharían las nuevas vías que ofrecían los efectos especiales: Forrest Gump, Dragonheart, The Relic y un largo etcétera. De hecho, Parque Jurásico también instauró los blockbusters veraniegos, donde es extraño no encontrarse una cinta que combine espectáculo y efectos especiales, una práctica que se confirmó con el estreno de Independence Day en 1996, Men In Black y El Mundo Perdido (la secuela) en 1997, Armageddon y Godzilla en 1998… y así hasta nuestros días.

Otro de los factores por los que Parque Jurásico fue histórica fue por la inteligente campaña de marketing que tuvo. ¿Y por qué inteligente? Porque además de que revistas como Muy Interesante y telediarios nos bombardeasen durante meses con el fenómeno que supuso su estreno en EE.UU., en ningún momento se mostró al público ninguna imagen clara de los dinosaurios que posteriormente veríamos en pantalla, aumentando así la expectación. No solamente fuera de la pantalla, sino que también dentro de la cinta Spielberg nos creaba la expectación y el ansia por ver a los dinosaurios mediante paseos por zonas en las que no se veía nada, animales que nunca aparecían o incluso aquella fantástica frase que decía el guardabosques del parque: “¡Silencio, todos! Se acercan al sector del tiranosaurio.” Imaginaos el respeto que le impone al guardabosques y al propio Spielberg el dinosaurio que hay dentro que está mandando callar al público porque los coches simplemente se acercan a la verja. No es que Spielberg nos ocultase a los dinosaurios, es que hizo algo peor: nos obligó a presentirlos en las caras de los protagonistas.

El coste total de la campaña de marketing de JP ascendió a la friolera de 65 millones de dólares, con un total de más de 100 contratos con distintas compañías y unos 1.000 productos que llevaban el sello de promoción jurásico. Aquel verano y las siguientes navidades fueron el año de los dinosaurios. Todo niño menor de 14 años (y, por ende, sus padres) fue víctima de la fiebre que supuso la cinta: camisetas, gorras, miles de juguetes, muñecos, videojuegos, novelizaciones y hasta cientos de coleccionables de las que se aprovecharon las editoriales y kioskos de nuestro país. Este fenómeno editorial, de marketing, hype o como queramos llamarlo no se repetiría hasta años después, cuando en 2001 se estrenó otra cinta llamada El Señor de los Anillos.

Este viernes 12 junio la saga de Parque Jurásico volverá a nuestros cines en forma de secuela tardía para jugar con todas las cartas que nuestra nostalgia esté dispuesta a apostar. Los niños que fuimos a verla en masa aquel otoño -y que ya no somos niños- volveremos a los cines para emocionarnos de nuevo visitando esos rincones que tantas veces y tantas veces visitamos en aquel VHS que terminamos gastando de tanto rebobinar para ver aquellas escenas repletas de magia. Nos emocionaremos de nuevo cuando en la partitura de Michael Giacchino escuchemos los compases originales de la soberbia banda sonora que compuso John Williams para la original. ¿Andaremos de nuevo por esas colinas en las que una estampida de gallimimus parecía que huía de un depredador? ¿Volverá a aparecer alguna cabra atada a un poste? ¿Agarrará algún niño unas gafas de visión nocturna? Aunque ya no somos niños, aunque hemos visto tantas películas, nos conocemos tantos trucos y la vida nos ha dado tantos reveses como para que nada nos sorprenda, buscaremos de nuevo con esa mirada de 9 años la emoción y el asombro de ver de nuevo aquellas criaturas prehistóricas que durante mucho tiempo Spielberg logró hacernos creer que habían vuelto a la vida. Tan sólo espero que los vasos de nuestros refrescos vuelvan a temblar en el cine.

Mad Max: el mundo pertenece a las mujeres

Podríamos definir el 2015 como el año en que las productoras cinematográficas estadounidenses han usado la nostalgia fílmica de los espectadores como el principal arma para que volvamos a las salas de cine.  Dentro de un mes nos volverán a abrir las puertas de un parque de dinosaurios que cerraron hace 22 años porque la seguridad no funcionó bien, en tan solo dos semanas una familia volverá a habitar una casa encantada por los traviesos poltergeists, Han Solo y Chewwie volverán a casa por navidad y, entre viejos encuentros en las salas de cine, nos anuncian que Indiana Jones volverá a agarrar el látigo para que podamos continuar reviviendo las aventuras que comenzamos a ver cuando éramos niños. No es la primera vez que escribo sobre la reiterante pauta de Hollywood de orquestar remakes de antiguas obras con una distancia temporal de 20 o 30 años con una doble intención: que los espectadores adultos y sin tiempo/recursos para consumir cine lo hagan sobre una baza segura que ya conocen y para que las nuevas generaciones que antes no conocían estas franquicias y sagas empiecen a consumirlas en todos los formatos que el transmedia y el merchandising le permita hacerlo. Y todo esto anterior parecía en un principio que podía aplicarse a la noticia de que Mad Max, el guerrero de la carretera, iba a tener una cuarta entrega en forma de reboot de saga. Pero nada más alejado de la realidad.

En estos últimos tres años, una minúscula parte del cine de acción se ha visto revigorizada gracias a las dos últimas entregas de la saga Fast & Furious. Que Warner Brothers quisiera optar a llevarse parte de este pastel que se está empezando a hornear de nuevo no era de extrañar, más aún si entraban a jugar con el reinicio de una saga que llevaba muerta 30 años (la última entrega, La Cúpula del Trueno, es del 85). Pero en cuanto Charlize Theron agarra el volante de su camión semi-remolque con seis ruedas motrices, dieciocho ejes y nosecuántos motores V8, te das cuenta que las intenciones de George Miller nunca fueron hacer un simple reinicio de la saga para ganar dinero. Mad Max: Furia en la Carretera es mucho más que eso. La película comienza con Tom Hardy de pie y meando, situando al espectador en un escenario ficticio con tan solo 3 frases y ahorrándose todo un prólogo (post)apocalíptico. A partir de ahí la película ya sólo puede ir para arriba: desde el mismo inicio comienza una persecución de casi dos horas de duración en la que a los personajes y al propio espectador se le deja respirar en muy pocas ocasiones, las necesarias para coger aliento y volver a agarrar el volante. Es más, cuando te crees que una secuencia ha terminado es que tan sólo ha comenzado la siguiente. Y todo lo que podremos ver es una auténtica locura, como el propio nombre de la saga sugiere. 


La acción es la forma más pura del cine. De hecho, cuando se rueda una escena y las cámaras se ponen en marcha los directores gritan ¡acción! Y tampoco es casualidad que en inglés se use la palabra "movies" para nombrar a las películas: el movimiento. La acción puede venir de muchas maneras: danza, caídas, personajes que avanzan física y emocionalmente... incluso el estar parado en una situación es una forma de movimiento. Y en este sentido, el del movimiento clásico, no veremos una película mejor que Mad Max en lo que va de año. Y en muchos venideros, seguramente. Lo que hace Mad Max: Furia en la Carretera es, básicamente, humillar a todo el cine de acción de la década pasada. Es lo que ocurre cuando George Miller, a sus 70 palos de edad, se le da tecnología y 150 millones de dólares para hacer uso de ella. Miller, quien lleva casi cuarenta años en el juego de rodar películas, da una lección magistral de planificación y montaje cinematográfico a todos los directores jóvenes (y no tan jóvenes) que se han atrevido a destruir ciudades por ordenador y a diseñar secuencias de mamporros y destrucción con un montaje atropellado en las que directamente no te enteras de qué está pasando o de quién está disparando a quién ni por qué lo está haciendo. Inclúyanse en esta nómina a todos los Michael Bays, a los Justin Lins o incluso a los Joss Whedons de las últimas semanas. En esta película ha habido casi 300 especialistas que si han tenido que lanzarse de lo alto de un camión hacia un coche ardiendo lleno de pinchos, con el riesgo y miedo de matarse en mitad de plano, lo han hecho. Y se nota. Y se agradece.

Y una vez que el espectador sale del cine se va a quedar con dos ideas que le rondarán la cabeza durante muchos días y quizás muchas semanas: una de ellas es que ha visto un pajote visual de primera categoría, de esos que no se veían desde que los Wachowski rodasen Speed Racer, esa otra locura con carreras vertiginosas que parecían diseñadas por el mismísimo hipnosapo; la otra idea es que si hay algo que destaca por encima de todo en esta película es que son las mujeres quienes toman el control de la cinta, de la historia, de la carretera y de nuestras emociones como público

Max (Tom Hardy) no es el salvador de las distintas mujeres que aparecen en la película, sino que es Furiosa (Charlize Theron) quien las salva y quien las rescata de los muchos abusos sexuales que han sufrido y que no vemos. La historia trata sobre mujeres ayudando a otras mujeres, una historia en la que Max es un aliado. La película insiste en la idea del hombre como aliado de la mujer, como instrumento, Max como hombro para Furiosa como francotiradora. George Miller agarra a Charlize Theron y la convierte en mito y diosa absoluta, un auténtico icono que sobrevivirá durante años. Imperator Furiosa es la nueva Sigourney Weaver, pero no del mismo modo en que James Cameron representase a sus mujeres en su cine que, a pesar de ser enormemente poderosas (las Ripley, las Sarah Connor y las Neytiri), quizás las masculinizase demasiado.


En cualquier otra película del género, la mujer hubiese sido simplemente ruido de fondo o un mero objeto que el héroe de la historia debiese salvar. Pero Mad Max: Furi(os)a en la Carretera no es este tipo de película. Aquí todos los personajes femeninos están desarrollados completamente y cada una siente o reacciona de manera diferente, de la forma en la que actuaría un ser humano: algunas se encogen por el miedo, otras quieren volver a lo que ya conocían, la mayoría tienen esperanza pero, sobre todo, las valquirias de esta historia tienen coraje y coño para que el tercer acto sea un auténtico caballo/camión de Troya en el que guardan una bala para cada hombre. George Miller desarrolla una historia que habla sobre el empoderamiento de las mujeres como clave en el progreso y desarrollo de este nuevo escenario de ciencia ficción. El mundo en el que habitan los locos de la carretera ha sido destruido por los hombres, y son las mujeres las que toman las riendas de sus vidas y deciden escapar del harén/prisión en el que se ven sometidas hacia un paraíso que anteriormente conocieron. De hecho, que el espectador joven no se asuste cuando vaya a ver esta nueva entrega, ya que hombres en esta historia tan sólo hay tres, uno de ellos es absolutamente despreciable, y el resto del elenco son todo mujeres. En el mundo de Mad Max las mujeres tienen cualidades femeninas tradicionales como que proporcionan la vida y son cuidadosas, pero al mismo tiempo son capaces de meterte un balazo entre ceja y ceja mientras conducen una motocicleta a toda hostia por el desierto australiano. Mujeres que escriben en las paredes de las habitaciones en las que están encerradas que "no son cosas". Lo más puristas quizás les moleste que Max sea relegado a secundario en su propia película, pero es que el personaje de Furiosa es tan poderoso que no podía ser de otro modo. En cuanto Max, quien siempre ha actuado como llanero solitario, comienza a colaborar con ella y suena el tema de Brothers In Arms de Junkie XL la película se eleva hacia un altar fílmico como pocas veces hemos visto y veremos en el cine.

Mad Max: Furia en la Carretera es la película que te hace mirar atrás y darte cuenta que las películas de acción que habías visto y creías que estaban bien rodadas no lo están. Mad Max es la cinta que resonará durante meses en la cabeza de todos aquellos que la hemos visto y que nos preguntamos cuándo volveremos a ver algo tan loco (mad) en el cine.